"He buscado el sosiego en todas partes, y sólo lo he encontrado sentado en un rincón apartado, con un libro en las manos." - Thomas De Kempis (1380-1471) Teólogo alemán.
Una parte mi biblioteca personal
Escribo este artículo con cierta tristeza y resignación. No diré lo que queda bien decir, lo que nos gusta escuchar, lo que desearíamos que suceda. Hablaré sobre lo que realmente está sucediendo, por más que no nos guste reconocerlo. Es una tendencia muy clara que estoy observando desde hace algunos años.
Los libros (en formato físico, el libro encuadernado) son una especie en extinción. Tienen todo en contra de su supervivencia.
Y lo digo como propietario de, aproximadamente, 300 libros en formato físico de papel, todavía.
O sea, estas líneas las escribe alguien que amó el libro de papel durante su adolescencia y que le sigue teniendo afecto por un tema de nostalgia (y de cierta conveniencia al leer: el papel cansa menos los ojos que la pantalla).
El primer motivo por el cual el libro físico está en retirada, es la gran facilidad para compartir libros en formatos PDF, epub y otros a través de Internet. Prácticamente se obtienen en forma gratuita y se encuentran también ejemplares difíciles de conseguir en las librerías locales.
El segundo motivo es la clara tendencia de las generaciones millennial y pos-millennial a leer menos. Esta tendencia es muy fácil de ver en los ingresantes a la universidad y en quienes terminan el secundario. Tienen una comprensión de textos muy pobre. Esto se debe en gran parte a su exposición desde temprana edad a las redes sociales, donde la lectura es fragmentada y en oraciones cortas. No tienen el hábito de leer textos largos, de varias páginas y sacar conclusiones generales o ideas nuevas de esa lectura. Estas generaciones no van a comprar libros.
El tercer motivo es el alto precio de los libros de papel (por lo menos en el país desde donde escribo, Argentina). Recuerdo que en la década del '90 se podía comprar un libro con lo que aproximadamente costaba un almuerzo en un bar. Uno sacrificaba una salida a comer afuera, y ya era suficiente: podía comprarse un libro nuevo con ese dinero. Ahora ya no. La relación es que un solo libro impreso (nuevo) cuesta entre tres y cuatro comidas en un bar. Demasiado caro para la mayoría de las personas.
Un cuarto motivo es que los smartphones, las tablets y todo tipo de dispositivos electrónicos compiten ahora, todo el tiempo, por nuestra atención. Hay muchos más estímulos e interrupciones (pienso en las notificaciones de whatsapp y sus grupos). Se ha perdido el hábito necesario de aislarse y concentrarse por varias horas, que es necesario para leer un libro largo, como una novela. Y esto está pasando también entre nosotros, los adultos. No es un fenómeno exclusivo de los jóvenes (aunque en ellos aparece más acentuado).
Finalmente, en estos tiempos de trabajos precarios y cambiantes, es más habitual tener que mudarse de casa, varias veces, durante el transcurso de nuestra vida. Los libros de papel se convierten en esos momentos en un lastre incómodo. Son muy pesados, ocupan bastante espacio (en mi caso son varias cajas llenas de libros). Y si uno ya los leyó, hay pocas razones para seguir llevándolos a la nueva morada, más allá de motivos sentimentales. Ahora sabemos que se pueden volver a descargar en formato electrónico, si los necesitamos de nuevo. Por lo tanto, en esas coyunturas se terminan regalando los libros de papel a personas o instituciones donde (tristemente) es casi seguro que nadie los leerá.
Por todo esto, creo que los libros de papel están en franca retirada y terminarán a la defensiva, resistiendo en ciertos nichos de mercado como los libros de texto académicos. Y quizás, en las ediciones de autores clásicos, que cumplirán una función más decorativa que de lectura real. Se transformarán en algo exótico y retro, como los discos de vinilo. Habrá algunos coleccionistas o cultores que los seguirán teniendo, pero serán muchos menos que los propietarios de libros actuales.
Lamentablemente creo que las librerías ya no serán viables como negocio a largo plazo, y se terminarán extinguiendo. O se tranformarán en lugares donde se verá al libro como un objeto de culto retro, al lado de discos de vinilo y objetos antiguos como tocadiscos o cámaras de fotos analógicas. No serán como las librerías de ahora.
La buena noticia es que el contenido de los libros que actualmente existe en formato físico no se perderá, sino que seguirá circulando en formato digital. Los mismos clásicos y novelas antiguas seguirán estando disponibles, pero sólo en formato digital. Ya no existirá la alternativa del libro físico, impreso y encuadernado como lo conocimos durante el siglo XX y principios del XXI.
Todos los libros nuevos que se publiquen serán ya concebidos para ser leídos en formato electrónico, y probablemente la gran mayoría pasará a tener licencias del tipo Creative Commons o similares, que permiten compartirlos y copiarlos sin violar la propiedad intelectual. Los libros académicos sobre todo (que se usan en universidades y colegios secundarios) deberán pasar a ser libros abiertos, los cuales explícitamente permiten copiar y compartir el contenido. Ya hay una tendencia incipiente en este sentido, sobre todo en América del Norte. No tiene sentido seguir produciéndolos con el viejo copyright (que por otro lado ya no se respeta hace rato). Los autores deberán vivir de otra cosa, quizás de dar conferencias y clases explicando o comentando sus libros digitales.
(C) 27 de Septiembre de 2018, Alejandro Moliné.
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